Sección Liderazgo

La delgada línea negra

La Gracia nos ha devuelto la capacidad de decidir por sobre nuestras pasiones

Según la Historiografía, el principal reto de un pueblo apenas emancipado es qué va a hacer con su recién adquirida Libertad. La inevitable e imperativa consigna de victoria posterior a la guerra cualquiera que hayan sido los motivos de ésta y que inevitablemente dejará un caos, será ejecutar la labor titánica, dificilísima y sacrificial de educar a las masas para convivir y construir su nueva sociedad.

En Cristo no es diferente en absoluto. El recién convertido apenas ha salido del seno del Padre y ya sufrió violencia (Mt 11:12). Respira, percibe, escucha, pero su vista es inmadura, sabe que sigue en el mundo pero ya no pertenece a él; justo ahí, en el umbral perinatal, su ser está más vulnerable que nunca y solo la Iglesia (vale decirlo) como madre debe acogerlo, cobijarlo, alimentarlo y protegerlo. Eso se llama Consolidación, la introducción al entrenamiento del discernimiento con el fin imprescindible de distinguir y decidir entre lo bueno y lo malo.

Muchos cristianos así caminan desde que llegaron a los pies de la cruz, oscuramente, sea por ausencia de instrucción, sea por malos ejemplos, sea porque adoptaron el Evangelio como religión o disciplina pero sin arrepentimiento y por ende sin conversión, transitan por un acotamiento bajo una delgada línea negra, convencidos que hacen bien pero siempre han estado mal. Eso es Libertinaje, abusar de la libertad sin advertir ni asumir las consecuencias.

La Gracia nos ha devuelto la capacidad de decidir por sobre nuestras pasiones, la sublime postura de andar por la vida con tan holgada confianza que la conciencia no nos acusa, dado que el código que rige las acciones está fusionado a la nueva genética, ya que “sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios no practica el pecado, pues Aquel que fue engendrado por Dios le guarda y el maligno no le toca” (1 Jn 5:18). ¿Qué pecado? La forma de iniquidad que nos sometía hasta sobajar nuestro albedrío.

Bendito el Señor disfrutamos de un estatus constitucional privilegiado que nos concede casi todo, pero si como ciudadanos ejerciéramos a plenitud su contenido en nuestro actuar cotidiano el país manifestaría su propia gloria y las naciones lo atestiguarían; ahora bien ¡cuánto se incrementaría tal gloria si los cristianos ejercieran Reino! Experimentaríamos en nuestras calles literalmente las primicias de lo que Pablo llama “la gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Ro 8:21), implica ejercer autoridad en no darle rienda suelta a todo lo que nuestro ‘yo’ demande a través de una elegida y adulta mesura en pro de los demás.

Los conflictos sociales se han agudizado como resultado de una democracia que se ha ido radicalizando en pro de sus propios intereses dejando al Eterno Soberano fuera de la ecuación de la Historia, condenando a la Humanidad a una condición de antropomarketing, un nuevo concepto que define muy bien esta desgracia: el Hombre se autoestudia para aprender a ser un mejor consumista de sí mismo, autodestrucción por autocomplacencia. Podemos hacer lo que queramos mientras no nos metamos con otro, pero conforme a lo expuesto, mi conducta perpetuamente influenciará la Eternidad del prójimo.

No cabe duda, debemos evaluar el corazón y definir si por tal línea negra andaremos…

Hugo León
Pastor y escritor
hugo.leon.nec@gmail.com


Autor: Hugo León

Fecha: 30-08-2019


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