Sección Liderazgo

Tus propias huellas

Nos concibió el Padre de los espíritus, por eso nuestro ser interior no caduca

Decidir es una acción, “una respuesta con voluntad con la que se resuelve un conflicto o se determina el destino de una cosa o situación. Etimológicamente el término proviene del latín decisĭo. Se decide para emprender un proceso o para finiquitarlo” (conceptodefinicion.de). Consiste en un proceso mental evaluando las condiciones y/o características de un acontecer, para finalmente decidir entre una serie de alternativas o por la opción que más favorezca a lo que se determine.

La Decisión sustancialmente mezcla tres ingredientes:

1) Información.
Su fundamento operacional. El cúmulo de conocimiento del tema en cuestión se aprovecha racionalmente de tal modo que la resolución del problema o la elección correcta serán factibles. Identifica todas las variables, circunstancias, factores y contexto, con el fin de anticipar el resultado.

2) Objetivo.
Es la meta que persigues, el deseo de tu corazón, tu pasión o conveniencia. Ten precaución no de lo que quieres, sino porqué (Je 17:9; Mt 6:21; Ga 6:8).

3) Evaluación.
Por lo general tomamos un modelo, un parámetro visible de cómo luciría el final: el matrimonio de mis padres, la moda de los amigos, el nuevo trabajo, etc. Si no se ve o se experimenta como lo imaginamos algo faltó o falló en el transcurso.

Como ningún edificio puede construirse sin cimientos, así un individuo es imposible que logre un provenir de sabias decisiones sin tres columnas:

1. Identidad (¿Quiénes somos?). Ro 8:16-17.

La Humanidad se ha divorciado de su propia genética, por eso está extraviada. La esencia del existir radica en conocerse a sí mismo, qué me constituye, qué me define, por qué soy como soy; una persona, única, diferente, diseñada para plasmar mi mapa celular en la realidad circundante influyendo y afectándolo todo, por eso es importante moldear con solidez la habitación que debo delegar al Espíritu Santo: la Consciencia.

2. Eternidad (¿De dónde venimos?). Ecl 12:7; He 12:9.
Nos concibió el Padre de los espíritus, por eso nuestro ser interior no caduca. Sin embargo, paradójicamente para comprenderla fuimos corporeizados. Un niño no piensa en la muerte, es un concepto ajeno a la intensidad de su existencia. Así debiera ser la condición mental de un creyente maduro; pensémoslo un momento ¿será que también por esto es que el Maestro aseveró que en nuestro espíritu no dejemos de ser niños? Es la brújula que nos mantiene enfocados hacia el hogar donde pertenecemos, sobreponiéndonos a todo lo que se opone a dicho cometido.

3. Destino (¿Hacia dónde vamos?). Fil 3:12-14.
Si venimos del Cielo y hacia allá volvemos, entonces el entrenamiento será acorde a ello. No esperemos menos. Santidad, empleo arduo, plenitud, le dan nombre al juego.

Una vez definido todo lo anterior podemos pues abocarnos a las dos disyuntivas de expansión y deleite:

I. Profesión (¿A qué me dedicaré?)
Al saberme claramente dotado de dones, habilidades y talentos específicos, es plausible que con claridad ubique y me posicione potencialmente en el mercado laboral o consolide un perfil de emprendedor a empresarial.

II. Matrimonio (¿Con quién me casaré?)
Se resume en una palabra: complemento. ¿De qué? De todo: visión de vida, servicio a Dios, propósito, desarrollo personal, todo regido por la Ley del Amor resumida en la frase “yo doy mi vida por ti” (Jn 15:13; Ef 5:2, 22-25), en todos los sentidos.

Es inevitable plasmar tus propias huellas en las arenas del Bastidor Divino, tú determinas su profundidad.

Hugo León
Pastor y escritor
hugo.leon.nec@gmail.com

Autor: Hugo de León

Fecha: 17-08-2018


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