“El que anda en chismes descubre el secreto, mas el de espíritu fiel lo guarda todo” (Pr 11:13)
En México un Boquiflojo es un hablador o chismoso que cuenta historias sin medir las consecuencias. Es decir, su incapacidad metal se lo prohíbe.
Un primer aspecto que Jesucristo conmina a erradicar al creyente es el manejo de la lengua, importantísimo porque somos lo que hablamos (Mt 12:34) y eso es lo que transmitimos (Mt 15:18). Nuestra boca siempre debe someterse al Señorío del Espíritu, de lo contrario puede destruirlo todo (Stg 3:3-10).
Un cristiano chismoso es el periódico amarillista de la Iglesia, un ‘reportero espiritual’ sin licencia convencido que su labor edifica al Cuerpo de Cristo. Es fácil identificarlo, frases como “Es para exponer el pecado”, “Es para orar” o “El Señor me dijo” lo delatan.
Lamentablemente es un quiste, aparentemente insignificante pero su afección se expande rápidamente causando escozor, heridas e infección, que cuando nos damos cuenta la sanación será costosa y a largo plazo.
¿Tan difícil es restaurar una habladuría? ¿Alguna vez leíste la reflexión titulada “Plumas al Viento”?...
Hubo una vez un hombre que estuvo cuchicheando del sabio del pueblo. Con el tiempo recapacitó y fue a pedirle perdón al sabio preguntándole cómo podía corregir su vergonzoso proceder, a lo que éste respondió que trajera una almohada, la abriera con un cuchillo y esparciera vigorosamente al viento las plumas que tenía dentro. Aquél que agravió se quedó extrañado pero decidió complacerle. Enseguida volvió con el sabio e inquirió “¿Ya estoy perdonado?” -“Primero tienes que ir a recoger todas las plumas”- respondió el sabio -“¡Eso es imposible! El viento ya las ha dispersado”- protestó el penitente -“Pues igual de imposible es deshacer el daño que has causado con tus palabras”- concluyó el sabio.
El chismoso es insoportable, habla tanto que no puede parar; su credibilidad está a la baja, tú en tu sano juicio jamás le confiarías tus pensamientos pues mañana seguramente serían su primera plana; el merolico alarde de su retórica esconde sus verdaderas intenciones: conveniencia, envidia, rencor, soberbia; para colmo adapta su guion con inflexiones y adiciones propias de un escritor telenovelero (Sal 5:9).
Si eres honesto pastor alguna vez caíste en este juego, y te creyeron por tu posición…
Examina tu corazón (Jn 21:22; Stg 4:12)
¿Por qué lo haces? El Único que juzga el asunto y la persona es Dios, así que ¿a ti qué te importa?
Cállate (Pr 11:12; Mt 12:36-37)
Esta conducta nos coloca en zona de condenación eterna, aprende prudencia y cierra tus labios, sobre todo si nadie ha pedido tu opinión. “Si no tienes nada bueno qué decir, ten la dignidad de quedarte callado”.
Pide perdón y aclara el asunto (Pr 6:1-3)
Comprometiste tu palabra con lo que aseveraste, preséntate sumisamente a aceptar tu participación o autoría acompañado de propuestas redentoras.
No seas cómplice (Pr 20:19)
De inmediato pon un alto a quién te lo está diciendo con cuatro simples preguntas:
¿Te consta? ¿Te perjudica? ¿Esta conversación resolverá el asunto? Y lo más importante ¿ya se lo dijiste a la persona de quien estamos hablando? Dado que es sinónimo de murmuración, el chisme violenta directamente la Ley y se paga con la muerte (Ex 20:16; Jn 6:43; 1 Co 10:10).
Sé promotor de unidad, extirpa esta iniquidad de tu rebaño. Shalom.
Hugo León
Pastor y escritor
hugo.leon.nec@gmail.com