Es interesante observar que, para los judíos todo concepto y movimiento se genera de arriba hacia abajo. La palabra hebrea para “principio” es bereshit, cuya raíz es rosh: cabeza. Sabemos de sobra que su estructura patriota en fundamento es teocrática, viene de arriba, por eso su todo gira en derredor de este eje, si no está en la Tanaj o Biblia Hebrea ni en la legislación o metodología derivada de ella conforme a sus estándares milenarios y nacionalistas, simplemente no se lleva a cabo, Dios no está en el asunto, punto.
Y lo saben de sobra, su esencia adámica los lleva a ejercer sometimiento (sojuzgar) y dominio (señorear) sobre la Tierra como una extensión de la autoridad celestial, siempre conforme a las leyes naturales que la sustentan. El mejor ejemplo es que han hecho literalmente de su terruño un Edén que surgió del hostil desierto.
De la misma manera, los hijos de Dios hemos sido rediseñados para ejercer una doble gloria: la de hijos de la Creación y la de hijos espirituales. Permítanme explicarme…
Toda la materia tiene un cometido y finalidad, el género humano en la cúspide de dicha sinergia tiene la mayor responsabilidad: posicionar el pensamiento y la revelación de Dios a lo tangible, es lo que se denomina ‘establecer Reino’. Este aspecto es el que nos sostiene en la santificación, para llevarlo a cabo debemos acatar el concepto de santidad tal cual: apartado para Dios, es decir, hacer las cosas a la manera de Dios para que todo marche bien y se logre el designio de la vida.
La Creación posee su propia gloria según Quien la fundó (1 Co 15:40-41) y fue hecha para magnificarlo en el sentido de provocar al asombro y a la adoración por su perfección operativa y belleza incomparable evidentes en la Persona del Eterno (Sal 19:1, Ro 1:20). La Humanidad obviamente está incluida: “Alégrense los cielos, y gócese la tierra, y digan en las naciones: Jehová reina” (1 Cr 16:31).
Sin embargo, esta tarea se potencializa en el cristiano por la redención de Su Señor: “Todos los llamados de mi nombre; para gloria mía los he creado, los formé y los hice” (Is 43:7). Ahí está nuestra vida cotidiana personal pasando lista de presente, aportando nuestra porción de honra al Santo y Soberano en consagración y obediencia.
Ahora, lo más asombroso es que la Creación tiene implícito en su genética las leyes del Reino: “Rociad, cielos, de arriba, y las nubes destilen la justicia; ábrase la tierra, y prodúzcanse la salvación y la justicia; háganse brotar juntamente. Yo Jehová lo he creado” (Is 45:8). Entonces debe haber una ‘fusión de glorias’ para que todo se sincronice en la Voluntad Divina.
Si operamos conforme a la santidad de Dios, o sea, fungir bajo el régimen de la Deidad, lo abstracto del Reino se manifestará en nuestra realidad material y social.
La cabeza gobierna a través del cerebro, mismo que alberga la mente, y por medio de la sinapsis y la sangre el cuerpo se mueve, esta es la única manera de influenciar y dirigir el entorno, Cristo es nuestra cabeza y tú eres Su Cuerpo (Ef 5:23, 1 Co 2:16), Él sustenta la Creación (Col 1:15-17), así que tu santidad fincará la plenitud de Su Gloria aquí y ahora… ¿Funciona tu santidad?
Hugo León
Pastor y escritor
hugo.leon.nec@gmail.com
Autor: Hugo de León
Fecha: 05-04-2018