En el principio Dios creó el ser humano perfecto y lo colocó en un ambiente ideal para que el hombre fuera feliz y gobernara todo lo que con tanto amor había creado para su disfrute. Pero el ser humano decidió trastocar el orden establecido, creyendo que tenía un plan que el de Dios. Fue así como la mujer escuchó el consejo de la serpiente y el hombre escuchó el consejo de la mujer. Ambos desobedecieron lo que Dios les había dicho: “pero el SEÑOR Dios le advirtió: «Puedes comer libremente del fruto de cualquier árbol del huerto, excepto del árbol del conocimiento del bien y del mal. Si comes de su fruto, sin duda morirás». (Génesis 2.16-17)
¡La desobediencia siempre viene acompañada de dolor y consecuencias ¡ Adán y Eva desobedecieron la voz amorosa y sabia de quien los creó y escucharon la voz engañosa de la serpiente. Luego, cada uno culpó al otro de su desobediencia, pero finalmente cada uno fue responsable de sus actos.
A pesar de su pecado, Dios fue amoroso con Adán y Eva, porque les vistió cuando por su desobediencia se abrieron sus ojos al bien y al mal y se dieron cuenta que estaban desnudos: “Y el SEÑOR Dios hizo ropa de pieles de animales para Adán y su esposa”
( Génesis 3. 21). Desde ese momento tanto el hombre como la mujer se desconectaron de la presencia de Dios por su pecado, por tanto, hombres y mujeres necesitamos recuperar la comunión con Dios aceptando que hemos pecado. Es necesario, humillarnos ante su presencia, pedir perdón y obedecer su Palabra.
En este tiempo la desobediencia sigue marcando el rumbo equivocado hacia la destrucción y muchos son los que siguen ese camino. Pero Dios, quien te ama y te quiere bendecir quiere que tengas comunión con Él.
Es muy común la creencia de que ser creyente es solo para las mujeres, por eso en las iglesias el número de mujeres siempre es mayor. Sin embargo, es necesario entender que la necesidad de salvación es para mujeres y hombres, por cuanto todos desobedecimos y fuimos destituidos de la gloria de Dios. El único camino para conectarnos nuevamente con su presencia es confesar nuestros pecados y aceptar a Cristo como nuestro Salvador y redentor para llegar al Padre.
Es maravilloso ver la diferencia entre el hombre que ha aceptado a Jesús de corazón y vive obedeciendo su Palabra y el hombre que vive de espaldas a Dios. Las acciones del hombre creyente están llenas de sabiduría y su hogar marca la diferencia adonde quiera que esté. Hombre, no cedas a la presión social, obedece el llamado de Jesucristo que tiene sus brazos extendidos para perdonarte y abrazarte.
¡Acepté a Cristo como mi Salvador y esta decisión hizo la
diferencia!
Norma Pantojas
Consejera de Familia
normapantojas@gmail.com
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Autor: Norma Pantojas
Fecha: 04-04-2018